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Carta a Leonel

Si piensa volver al palacio para borrar huellas y encubrir mugres del pasado como forma de “reivindicarse”, créame que le irá muy mal. Debe reconciliarse ahora con su generación con una actitud sensible y humilde. Admiro su esnobismo por las maneras americanas. Emule las buenas prácticas de sus presidentes cuando han sido cuestionados; les hablan a su nación sin ambages y de forma oportuna.

José Luis Taveras
Abogado corporativo y comercial, escritor y editor.
No es la primera vez que improviso un monólogo en forma epistolar. Lo digo porque presumo que si usted lee esta carta no la contestará. Pero, alentado por el optimismo más iluso, abandono mis prejuicios y me animo a escribirle.

Tuve la ocasión de conocerlo cuando yo le daba cátedra de derecho comercial a la que hoy es su esposa, para entonces una mulata garbosa con sonrisa donosa y finas maneras. Corría el otoño del año 1995. Doña Margarita cursaba la Maestría en Derecho Empresarial en la PUCMM. Recuerdo que apenas despuntaba su primera candidatura, aquella que algunos meses después le agració con la presidencia. Ya al frente del gobierno, me distinguía con habituales invitaciones a eventos oficiales. Nunca las honré porque soy una persona excéntricamente huraña, de reservada exposición social. Me provoca más disfrutar la tibieza de las intimidades sinceras.

Me dirijo a usted en uno de los momentos más adversos de su carrera política. Para hacerlo, he vaciado mi mente de todo prejuicio y mis emociones de cualquier crispación. Quiero hablarle como ciudadano; no tengo otra calidad más noble.

Señor Fernández, con una alegórica expresión muy suya, usted ha declarado su intención de volver a una cuarta postulación a la presidencia según “soplen los vientos”. Infiero que tomará una decisión iluminada por la prudencia. Sin presumirlo como un designio meramente retórico, creo que es muy sabio de su parte. Le escribo animado por el interés de que pueda aprovechar mis valoraciones en esa reflexión.

Le dirán que hablo por gente de palacio o el PRD (o M) o el PPH o el H2O o no sé por qué carajo. Me importa un bledo esas imputaciones, son inherentes a las infernales lides de nuestro primitivismo político

Sería patético asumirme por un minuto en su trance. Sinceramente no lo aguantaría. Es una disyuntiva personal muy tormentosa. Desoír el susurro sugerente que incita a probar la suerte de consagrarse como un miembro más de la dinastía Balaguer-Báez-Santana, demanda mucha entereza. Más, cuando las personas que se le acercan no lo hacen para aconsejar sino para dejar caer un halago viscoso o una húmeda lisonja con intenciones sutilmente retributivas. Decirle no al yo en circunstancias tan tentadoras es una dura prueba de hidalguía. Sin embargo, como una persona que nunca ha trillado una militancia partidaria, le sugiero afinar su audición para percibir el rumor de las corrientes contrarias sin tamizarlas por las tapadas redecillas de sus sacristanes.

Siempre he sujetado mis decisiones personales a una simple ecuación financiera: costo-beneficio; es decir, qué gano, qué pierdo. Como su círculo de adherencia personal y política tiene más interés que usted en el sí, me ocupo del no. Valoro el costo.

A pesar de que existen condiciones electorales inmejorables a su favor, a veces se pierde ganando. Y creo que, en su caso, esa sentencia de vida nunca ha ganado más sentido y pertinencia. Los que están a su lado no les serán sinceros. No le dirán, por ejemplo, que perdió la fuerza de seducción y que su discurso, además de predecible, es inverosímil porque detrás de cada palabra habrá una historia que la desmienta. Ningún líder puede mantener frescura durante 16 años si no es por coacción, imposición o por la holganza de sus gobernados. De llegar, lo hará por el imperio de las circunstancias políticas -que siempre le han dado buenos vientos- porque sus condiciones e imagen lucen tan consumidas como su rostro ¿Se ha visto solo en un espejo?

El reto suyo

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